lunes, 7 de diciembre de 2015

ANTONIO LEON PINELO, SEFARDÍ DE ORIGEN PORTUGUÉS, RELATOR DEL CONSEJO DE INDIAS Y CRONISTA OFICIAL.


De Maria Suárez Simich
"Los sefardíes en el Peru: León Pinelo o la fantasía barroca"






Antonio de León Pinelo (1590 ó 91-1660). De abuelos sentenciados a la hoguera en Lisboa y perteneciente a una familia de judíos portugueses conversos inicia un viaje a «las Indias» siendo aún joven. De Tucumán y Charcas, en donde estudia con los jesuitas, pasa luego a Lima e ingresa en la Universidad de San Marcos. Accede luego a la carrera eclesiástica llegando a alcanzar el cargo del capellán del Arzobispo de Lima. 
En 1622 regresa a España donde es nombrado relator del Consejo de Indias para lograr años después la designación de Cronista Mayor de dicho Consejo.
En su obra están representes todos los temas que más interesaban en su siglo: crónica o relación, historia, política, teología o moral. Reconocido por los historiadores por su posición «toledista», la cual se oponía a la «lascasiana» respecto a legitimidad del poder español en los territorios conquistados, es desde punto de vista que escribe su libro Aparato político de las Indias occidentales (1653). Entre sus muchos méritos está el de ser considerado como el padre de la bibliografía americana por su Epitome de la Biblioteca oriental y occidental, náutica y geográfica (1629).
En cambio, en el libro, Cuestión moral si el chocolate quebranta el ayuno eclesiástico (1636) aborda un tema polémico en su tiempo y curioso para el nuestro. El problema teológico que representaba la nueva bebida generó una aguerrida controversia entre diferentes sectores de la iglesia. Apoyado en sus cuatro cuestiones sobre el ayuno, León Pinelo aseguraba que el chocolate, de naturaleza malsana, lo quebrantaba. Pero la «fe del converso» hizo equivocarse al ex alumno jesuita: el Liquidum non frangit jejunium del padre Brancaccio fue aceptado por la Iglesia.




Pero sin lugar a dudas el libro más importante y singular de este sefardí converso es, El Paraíso en el Nuevo Mundo (1656). Carlos Rey Pereira lo resume como: «Una tesis, pero también constituye un archivo de excepciones. La búsqueda de lo “peregrino”, la multiplicación de las anécdotas, invitan a comprender el texto no sólo como discurso histórico o demostrativo.» Leyendo la obra por partes, vemos que se gesta en un cruce de tendencias que dificulta su clasificación. No obstante, León Pinelo, más que buscar nuevas posibilidades de armar un texto, trabaja sobre las ya disponibles en la época. Lo excepcional en la obra se funda sobre una elección entre opciones típicas. Las técnicas descriptivas o la selección de temas y figuras remiten a la estética barroca. En general, la poética del contraste y de la atracción de opuestos rige la construcción del libro; ejemplo de esta poética, también El Paraíso en el Nuevo Mundo comparte su emblema, la figura excepcional del monstruo.
Y esa era la intención del autor cuando lo escribió: demostrar históricamente que el paraíso existió y que estuvo ubicado entre los grandes ríos de la América del Sur. Para ello se valió de todo el conocimiento de la época y de una singular erudición para relacionar la teología con la historia natural, la geografía, la cosmografía o los bestiarios. Siglos después y enriquecida con la polisemia que también dan los años, la lectura de sus páginas ha trascendido la intención primigenia del autor para convertirlo en una invitación a la fantasía, a los sueños utópicos, en el alma mater del espíritu barroco americano. Sin este libro la historia de América Latina no hubiera llegado jamás a ser la crónica de lo real maravilloso de la que nos hablaron Carpentier, Rulfo o García Márquez. 

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